Todos venían trepados en la troca. Adelante y atrás. Y empezó la balacera antes de que mi hermano se detuviera. Le hicieron la parada, y se iba a detener, pero no esperaron. Los militares dicen que traían armas, droga y dinero y que por eso los mataron. Puro paro, compa. Mis parientes no se dedicaban a ese negocio. Somos decentes. ¿Te imaginas a tres plebes de 7, 4 y 2 años empuñando un cuerno o levantando las Cessnas con las pacas? Pues no. ¿Se te hace creíble que unas instructoras comunitarias, maestras pues, sean de las pesadas del narco? No, compa, esas son chingaderas. Los mataron a lo puro loco.
(Veo a Eligio Esparza más que triste, desecho. No es para menos: habrán sido las nueve de la noche del pasado viernes uno de junio cuando Adán Abel Esparza Parra, hermano de Eligio, regresaba a su pueblo, Los Alamillos. Serpenteaba en una pick up roja de 1991. A lo mejor venía hablando de sus vaquitas, o de la siembra de maíz o quizá hasta venía hable y hable con las dos maestras sobre el curso de capacitación que ellas habían tenido ese día en Ocuragui, una población donde Sinaloa se junta con Chihuahua. Las instructoras comunitarias eran su esposa, Griselda Galaviz, de 25 años, y la otra Gloria Alicia Esparza, su hermana de 19 años, educadora en la escuela Amado Nervo. Sus hijos, Grisel Adahaí, Juana Diosmirey, y Edwin Leonel, ya venían cansados. A esas horas, como ocurre en toda la serranía sinaloense, las sombras se desvanecían. Ni la luna, ésa que aquella noche parecía la esfera resplandeciente de un reloj, iluminó a Adán para decirle que las siluetas que le salieron de súbito eran soldados y que le ordenaban detenerse. Adán pensó que eran gavilleros, que acá quiere decir asaltantes de caminos y abundan por esta parte. Y se asustó. Para entonces avanzaban por La Joya de los Martínez, municipio de Sinaloa de Leyva).
Todos venían trepados en la troca. Adelante y atrás. Eran ocho. Y empezó la balacera antes de que mi hermano se detuviera. Le hicieron la parada, y se iba a detener, pero no esperaron. Y le volaron la mano derecha, por eso ya no pudo maniobrar. La camioneta se desbarrancó. Fue casi casi en la entrada de Los Alamillos.
Nosotros oímos los balazos y arrancamos a ver. Quisimos llevarnos a los heridos pero los soldados no quisieron. Dizque iban a pedir ayuda, helicópteros y quién sabe qué tanto. Pura madre, nunca llegaron. Tardamos tres horas y hasta entonces nos entregaron a los heridos y a los muertos. Por eso mi hermana (Gloria Alicia) murió en el camino. Se le salió toda la sangre. Mi cuñada (Griselda) se murió luego luego.
(Ahora se sabe que Griselda iba a un lado de Adán y no soportó las ráfagas de las M16. Junto a ella murió su hija Grisel. Tenía cuatro años. La otra niña y el niño no llegaron a tiempo al hospital. Los militares lo impidieron. Fue mucho tiempo trasladarlos a Ocuragui y de ahí a Culiacán. Muchas horas perdidas: ocho, para ser exactos. Porque, si fuera poco, en cada retén militar los fueron deteniendo).
Yo estuve ahí y nadie traía armas ni droga. Todavía herido mi hermano Adán alcanzó a bajarse de la camioneta y con la mano buena les hacía señas y les gritaba que no tiraran por favor, que venían señoras y niños. Pero los guachos le dispararon en la mano buena (por eso ya no tiene manos) y siguieron soltando bala a la troca. No tuvieron consideración los cabrones. Ahora andan con ese relajo de la droga para justificarse, pero no es cierto, los federales fueron los que sembraron la droga y algunas balas. Yo estuve ahí, que no me vengan con cuentos ni con historias.
(Ahora es Faustino Esparza el que habla. Y cuando lo veo me imagino que ha de sentir un navajazo en el pecho. Es como si trajera el cuerpo de goma. Faustino fue de esos familiares que pudieron traer a los heridos al Hospital General de Culiacán. Ahí están internados Josué Duván Carrillo Esparza, de siete años; una bala le perforó un pulmón y es hora que los médicos no le sacan el proyectil. Y Teresa de Jesús Flores Sánchez, también maestra de preescolar; tiene 16 años y muchas balas desperdigadas en el cuerpo).
Nunca había habido bronca con los soldados. Hacían su trabajo, lo que van a hacer allá arriba: destruir sembradíos de mariguana y amapola. Eso todos lo sabemos. Andaban en las tienditas, platicaban con la gente. Estaban trabajando bien… Hasta ahora que se pusieron locos.
(Los Alamillos es uno de esos pueblos al fin del mundo a los que sólo el tiempo les ha dado cierta consistencia. Apenas cuenta con 20 casas de adobe, de lámina y de tejas. La gente dice que ahí se siembra maíz y frijol de temporal. ¿Mariguana? Sí, más arriba y más abajo. Eso lo saben los soldados y la gente. Quizá por eso los capos nunca cruzan por ahí, porque el sitio está marcado. Aquel viernes dos Hummer militares salieron de Surutato, donde tienen su base. Doce soldados en cada una. Tenían meses con la misma rutina desde que iniciaron los operativos en enero. Subían, bajaban, destruían plantíos. Hacían su trabajo bien, reitera Faustino, de 30 años de edad. Hasta que pasó esto).
Neta, compa: no nos dedicamos al narco, no le hacemos a ese jale. Ni dinero tenemos, pueden comprobarlo. Ni para las medicinas nos alcanza. Y pues duele ver a tus parientes entubados, sin poder hablar ni abrir los ojos. Sólo le pedimos a Dios justicia, que paguen por esto.
PD: ayer 19 militares fueron consignados a un juzgado militar. Entre los reporteros que se dedican a contabilizar a los muertos de Sinaloa, algunos soldados llegaron a circular la versión de que a los “narcotraficantes” les decomisaron armas de grueso calibre “y algo de droga”. También llegaron a decir que escucharon un fogonazo y que esa fue la razón por la que dispararon.
Óscar Loza Ochoa, el presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, ha dicho que “hay información de que presuntamente los soldados se encontraban ingiriendo alcohol y algún tipo de droga”. Desde el domingo, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos envió a tres visitadores adjuntos y a dos peritos médicos.
Veo un dato en los archivos del Ejército dado por la Ley de Acceso a la Información: en el sexenio pasado, los militares cometieron 380 delitos en Sinaloa. Algunos de ellos: falsedad de declaraciones, delitos contra la salud, abuso sexual, homicidio, abuso de autoridad y extralimitación de funciones. Y con este calor de 43 grados suena a que el Diablo anda volando. Sinaloa, junio de 2007.